Palabras Mayores
Bécker García
“Fue un momento / un momento / en el centro del mundo.”
Idea Vilariño
Al momento del suicidio…
Abdón Porte fue un excelente jugador de fútbol uruguayo, que hasta la fecha, en su país lo siguen recordando como héroe.
Nacido en 1880, murió en 1918, a los 27 años, de una manera trágica que le abrió las puertas a esa inmortalidad de la que gozan los verdaderos ídolos.
Su historia me la encontré leyendo un fascinante libro, sobre vidas y muertes célebres, aún cuando caí en cuenta que ya antes la había leído, novelada, en el libro de Eduardo Galeano (quien a su vez fue quien escribió el libro que Hugo Chávez le regaló a Barack Obama, “las venas abiertas de América”) sobre fútbol, titulado “Fútbol a sol y sombra”
Jugador fuerte, recio y duro, a quien por sus facciones apodaban “El Indio”, era el titular de la media cancha en el equipo “El Nacional”.
Ahora los futbolistas son muy longevos, por muchas razones, pero entonces, a los 27 años, los jugadores prácticamente iban de salida.
Una semana antes de su muerte, por vez primera y en uno de los juegos, el Director Técnico movió de su puesto a Abdón para darle la oportunidad a un jugador más joven. Tal vez (él no se lo dijo nunca a nadie), el centrocampista miró de un golpe que las aptitudes ya no estaban todas con él y sintió ese vacío que a cierta edad y en determinadas circunstancias aparece en nuestras vidas tan irremediablemente cruel.
Para el siguiente juego pidió alinear en su posición normal, jugando ante el Charley, al cual le ganaron por tres goles a uno.
Recuerdan, quienes lo vieron, que “El indio” se movió en la cancha logrando sus mejores y últimas jugadas, tal como si de nuevo fuera un jovencito.
Luego del juego, que imagino yo fue por la noche, los directivos del equipo hicieron un pequeño festejo para celebrar el triunfo. En el mismo, el comentario general fue que había Abdón Porte para rato.
A la una de la mañana, el jugador se despidió de todos y anunció que tomaría el último tren que lo llevaría a su casa (y no es, pero sí, metáfora).
Luego se desvió hasta el Estadio del Nacional que para él siempre estaba abierto, caminó hasta el centro del campo donde fue por años el amo, extrajo dos cartas de entre sus ropas y las puso dentro del sombrero de paja que llevaba, para luego tomar su pistola, apuntarse al corazón, ese corazón que como orgulloso capitán de su equipo se encendía en cada juego, y jalar el gatillo que le quitó la vida. Por un momento se convirtió en el centro de su mundo.
Abdón Porte, quien había nacido para jugar fútbol, no soportó que sus habilidades se viesen mermadas sin remedio y prefirió quedarse para siempre en el centro del campo que lo vio ganar 13 campeonatos nacionales y varios torneos internacionales.
Hasta el día de hoy, casi después de un siglo, en la tribuna del vetusto estadio, una bandera permanentemente ondea la frase; “Por la Sangre de Abdón”
Y por la sangre de mi sangre que es la misma vida, mi vida, creo que ya es tiempo de cambiarle a esto, antes de pensarme en el círculo central del campo, asustado porque mis capacidades han decrecido.
Como ya no le entiendo a lo que está pasando, prefiero regresar a los días aquellos en los cuales mis pretensiones mejores eran leer un buen libro y escribir un buen texto. Repasar algo y pensar que con una crítica constructiva en tinta y en papel podríamos vivir un mejor mundo.
Que los niños del ABC son usados por unos y por otros como carne de cañón para obtener votos, no tiene nombre.
La política no debe basarse en encender odios y miedos, que luego no tienen regreso.
Que se castigue a los culpables, claro; pero que no se fabriquen otros con tonterías.
Richard Nixon, para llegar al Senado en 1950 en contra la demócrata Helen Douglas, inspiró una campaña de miedo en contra de esta mujer, tolerante a los comunistas, a la cual bautizó como la mujer rosa. No roja, rosa, porque a final de cuentas sus ideas seguían siendo tan americanas como las de Nixon.
Fue tan dura y cruel la campaña contra ella, cargada de medias verdades o mentiras completas, que desde entonces se le bautizó, a Nixon, con el nombre de Tricky Dick, “Ricardito el Tramposo”, y ese apodo le persiguió hasta su muerte.
En los últimos días de su presidencia, su conciencia (o lo que de ella quedaba) lo llegó agobiar tanto, que bebía en exceso, como también utilizaba en demasía pastillas que lo mantenían en permanente confusión mental. Tan grave era el problema, que en la Casa Blanca nadie seguía sus instrucciones hasta consultarlas con el Secretario Henry Kissinger, quien al final, fue el verdadero poder detrás del trono.
Por eso prefiero suicidarme políticamente y regresar a los tiempos aquellos en que, creo, construía más criticando que callando, porque parece que después de esto a la política no le quedaran medallas de gloria.
La descomposición social no tiene regreso; si le apostamos a eso, gane quien gane, no podrá gobernar a una sociedad de odios.
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