martes, 13 de diciembre de 2016

Ramón Iñiguez el gruñón culto


Conocí a Ramón Iñiguez bajo una situación curiosa; seguro era verano, no tengo duda alguna, estaba en primero de secundaria, y en casa de mis padres, las reglas eran claras; el aire acondicionado lo usan los papás, las niñas (mis hermanas) y los niños (mis dos hermanos en ese entonces pequeños). Entonces, jódame yo, el hijo hombre más grande.

Mientras la familia completa dormía la siesta canicular muy sonorense, con el aire y tapados con cobijas, yo daba vueltas como diablo enjaulado. Salí a la calle y caminé rumbo al centro de la ciudad. Pasé por la Biblioteca Pública, en ese entonces ubicada en la calle Sonora y Guerrero, y detrás de los ventanales pude ver una gran cantidad de personas sentadas, cómodamente, leyendo.

Entré y el aire funcionaba de maravilla. Ocupé un asiento y una señora vino a preguntar sobre mis intenciones.  “Quiero leer un libro”, le dije a botepronto. No tardé en pedir el primer libro que se me vino a la memoria, El Capital de Carlos Marx, y fue cuando llamaron al buen jalisciense Ramón Iñiguez a indagar porque un chamaco de 13 años quería leer tal libro, tan subersivo.

Luego de un breve interrogatorio, Ramón dio autorización para que me llevaran el libro en cuestión. No pasé de la primera página, sin entender ni una palabra de lo escrito. Ah, pero pasé esa tarde sin calor, a costillas de la Junta de Progreso y Bienestar de Cajeme, la cual patrocinaba la Biblioteca.

Cuando quise ser escritor de tiempo completo, 1998, acudí a Diario del Yaqui, recomendado por un amigo, queriendo que mis columnas las publicaran previo pago, como hacían entonces con Germán Dehesa y con Catón en varios medios por todo el país.

La respuesta fue que no se usaba (creo que ni se usa ahora), que le paguen a alguien por publicar sus escritos, sino al contrario. Iba ya de salida, cuando Javier Ruíz, dueño del Diario, me dice: “oye, pero desafortunadamente a Ramón le acaba de dar un infarto; si te quedas con su sección Cultural y sus editoriales diarias, te contratamos hasta que se recupere”. Yo no lo sabía pero, desde ese momento pasé a ser de un columnista amateur, a un periodista con toda la regla.

Cuando regresó Ramón, luego de su convalecencia, tuvimos una larga charla sobre la manera en que incluí en las páginas de su sección, a algunos atrevidos escritores que no eran de la región. Ahí nos hicimos, por así decirlo, amigos, aunque nunca cercanos.

Luego platicamos muchas veces sobre literatura, sobre cine, sobre artículos y siempre me decía; “bueno, ya tienes tu primer libro, ¿cuándo el segundo?” Mi respuesta era la misma; “soy tan acucioso lector, que lo que ahora escribo no me gusta” y él reía y me llamaba miedoso, con otro epíteto. Yo gozaba con sus ocurrencias, su mente ágil, su cascarrabias visión de las acciones culturales y una clara intención de proteger siempre a su gremio, entre los que se encontraban y se encuentran aún ahora, verdaderos fraudes “cultureros” y al decirlo, se enojaba.
La última vez que platiqué con él, desafortunadamente no fue en buenos términos. Fueron en realidad, muy ríspidos.

El Instituto Politécnico Nacional, nos ofrecía, a los cajemenses, una Feria del Libro. Las condiciones eran muy favorables para Cajeme; nosotros, junto a Mario Saucedo, entonces director de IPN local, nos encargaríamos de la organización y ellos pondrían todo lo demás.
Hubo reticencias: el argumento era que, si ya tenemos una feria del libro en Biblioteca, ¿para qué traer otra? Yo, como Director de Cultura Municipal, no podía dejar pasar la oportunidad de tener en casa, una feria de ese tamaño: Mi argumento era claro; si nos ofrecen una feria de esa envergadura, gratis, y la rechazo, es como si alguien nos quisiera dar 10 millones de pesos en especie y nosotros dijéramos, no, gracias. De hecho, hubo presión hasta de amigos muy cercanos para no realizar el evento.

Fue entonces que hubo una reunión con los organizadores en un salón de un hotel, y a la misma acudió Ramón, supongo convocado por alguien que se oponía a la misma y al ver que no cedía en mi postura, lo pidió de refuerzo para tratar de abortar el intento. Ahí empezó el zafarrancho.
Iñiguez dio sus argumentos, que nadie acudiría a la misma porque la haríamos en el CUM, que la gente ya estaba acostumbrada a la local y que sería una competencia desleal para las librerías establecidas y así, hasta que, ya cansado y poco tolerante, me levanté diciendo que contra todo, haríamos la Feria.

A la misma acudieron más de 32 mil cajemenses, en la semana que duró. Creo, aunque a muchos se les olvida, fue un éxito en audiencia, sobre todo de niños y jóvenes a los que llevábamos en camioncitos y que por vez primera tuvieron acceso a talleres, juegos infantiles, cine gratis y eventos musicales.

Ya pasado el evento, postergué mi charla con Ramón, pues yo se que era un hombre inteligente y que seguro compartía mi visión, pero su amor por su Biblioteca era más grande que mis razones.

Él estaba en su papel, yo en el mío, pero me hubiese gustado haber zanjado esa diferencia.
Pero bueno, creo y espero que, ya habrá alguna oportunidad de que nuestros espíritus coincidan en otro plano astral, pero, mientras, le mando un abrazo.

Y a propósito, APALBA (la actual dueña de la cultura municipal), ¿porqué no ha hecho un evento de ese tamaño?

Saludos



Post scriptum... les dejo un comentario en vídeo