Joaquín
Archivaldo Guzmán Loera, con voz cansada le asegura a uno de sus guardias que
él es católico: de hecho, murmura, “yo he ayudado a construir muchas iglesias”
Luego
de que en las imágenes de su última fuga de Almoloya, donde se apreciaba una
Tablet, las autoridades que lo recapturaron, no quieren ver colgadas su
sangrantes cabezas en la esquina de la Opinión Pública y de la Burla, sin
número, y han ordenado, tajantes, que en
la fría celda, los únicos aparatos que deben funcionar, ahora sí,
permanentemente y al 100% (sobre todo el alcance de la vista), sean las cámaras
de vigilancia. Nada de privilegios, dijeron.
Pero
Joaquín insiste: suplica casi; quiere ver en vivo la llegada del Papa Francisco
a México aunque sea en una televisión no digital.
El
Papa Francisco arribó a la Ciudad de México el viernes 12 de febrero, a las
19:20 de la tarde. Fue recibido en el hangar presidencial por el Presidente
Enrique Peña Nieto, su esposa, Angélica Rivera, además de la totalidad del
gabinete Federal, cientos de funcionarios (VIP, no chalanes); miembros de la
curía mexicana; diputados federales que charolearon (al cabos ni saben) para
estar presentes en la recepción.
También,
hubo niños, mariachis, guardias presidenciales con sus chicharos en el oído y
discretos miembros de la Guardia Suiza, eso sí, sin sus uniformes azul y
amarillo que datan desde el siglo XVI.
El
Chapo Guzmán no pudo verlo, porque ahora ya no le permiten usar smartphones
dentro del penal (supongo Kate sufre), pero las redes sociales se inundaron con
selfies de políticos que se autorretraban con el Papa.
Sonrientes,
plenos, casi se podría decir que una aureola emanaba de sus cuerpos, y sintiéndose
santificados al verlo, aunque fuera desde lejos, se creyeron mejores. Atrás
habían quedado para ellos, los políticos, sus actos de corrupción, sus pugnas
intestinas, su irrespeto a la dignidad humana y el cinismo con que transan,
incluso, con los subordinados del Chapo (que no podía verlos).
Ningún
político que se respete así mismo y a su futuro, dejó de darle la bienvenida al
Papa, aunque fuera vía Twitter.
Joaquín
Guzmán aduce que su nombre, viene en honor a San Joaquín, el Padre de la Virgen
María y luego entonces, abuelo de Jesús. Nada, pescadito.
Pero
ni ese argumento le vale para que le permitan, de alguna manera, mirar la
bienvenida del Papa a la Ciudad de México. Está frustrado, y su voz se achica y
la pierde en la súplica sin eco.
Por lo
mismo Guzmán Loera no pudo darse cuenta del sencillo caminar del Papa a su llegada
a nuestro país. Ataviado con su humilde sotana y solideo blanco, mientras era
recibido por un Presidente luciendo traje negro, corbata azul a rayas y su
esposa (“omaigod”), de vestido y abrigo albo, violando las reglas del protocolo.
Y se
dan vuelo las redes sociales, donde preguntan si acaso algún trasnochado
consultor de imagen la habrá sugerido esa vestimenta a la primera dama para
obtener canonjías por imitación.
Ella no
lo sabe, pero sólo a las reinas de un
país católico, se les permite, por el llamado “privilége du blanc”, vestir con
ese color, no con el oscuro que se les exige a las consortes plebeyas, por más
que vivan en un palacio al que ahora llaman la Casa Blanca (la de ella, obvio).
Joaquín
Archivaldo permanece en su celda, según se aprecia en las cámaras de
seguridad, está sentado, encorvado sobre
su cuerpo, y se frota las manos. El frío es intenso y se siente más entre estas
paredes grises, como también lo sienten los miles de personas que acampan en
las aceras por donde va a pasar la comitiva del Papa, así como en el Zócalo a
donde irá al día siguiente.
El
Papa se retira del hangar presidencial a descansar a la sede de la Nunciatura
apostólica. En las redes (tan irreverentes), la gente se pregunta si ahí, se
tomará su copita de tequila.
Mientras,
algún Secretario recibe un mensaje en su Smartphone.
-
Pide el detenido CQ9850 tener acceso a mirar la visita del Papa
La
respuesta vuela de los dedos al teclado y de ahí al interlocutor
-
Denle facilidades, a ver si
aprende algo el cabrón…
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