Ten tus ojos bien abiertos antes del matrimonio; y
medio cerrados después de él.
Benjamin Franklin
Las bodas suelen ser eventos memorables en la vida de dos
personas, los que se aman, y de los que los rodeamos en ese momento, es decir,
de quienes amamos a esos dos.
En la literatura, la música, la ópera y las películas,
existen testimonios de bodas memorables. Quizá una de las que más recuerdo, es
aquella con la cual inicia la película que luego será serial de tres, El
Padrino.
Según la tradición Siciliana, el día de la boda de su hija, el Padrino, Vito Corleone (interpretado por Marlon Brando), uno de los líderes
de la Cosa Nostra Neoyorkina, ha de escuchar las peticiones de sus invitados y en
la medida de lo posible, buscará soluciones. Dato curioso eso de resolver
problemas, cuando dos inician una aventura en la que tendrán cientos de
problemas y de aciertos compartidos.
A mi me gustaban tanto las bodas, que hasta creo disfruté
mucho la mía.
Pobres como éramos, Almita Mijita y yo, nos casamos y el
banquete de bodas fue donde hoy es el gimnasio de la Laguna del Nainari y que
en ese entonces, 1984, era un albergue juvenil de aquél famoso CREA.
En noviembre del 2015, disfruté enormemente la boda de mi
primogénita, Renée, con su esposo Dagoberto. Ambos, yo no, echaron la casa por
la ventana y nos divertimos como enanos. Huelga decir que ella, mi hija, lucía
hermosa con su vestido blanco y que tanto su mamá como sus hermanas, se
divirtieron como si ellas mismas se casaran.
Quizá la primer boda que recuerdo, fue la de mi tío Manuel
Hernando Flores y Flores, realizada aquí en Ciudad Obregón, con mi tía Mirna
Bracamontes. Era yo entonces un niño, pero recuerdo lo bella que mi tía lucía
con su traje de novia. No es que mi tío haya sido feo, ni mucho menos, pero mi
tía es y era, de otro planeta.
Recuerdo también el conjunto musical, IQ, con su cantante,
un tal Carlos Apodaca, el cual me permitió sentarme a una batería secundaria
(imagino como repuesto de la principal) que ahí se encontraba y yo, hice como
que la tocaba casi toda la boda. Desde entonces debí suponer y ahorrarme mucho
tiempo, sabiendo que los instrumentos musicales me son negados.
El caso es que el sábado anterior se casó mi hija Renatta, con
su pareja, Juan Terrazas, un hombre serio y reservado, que trata en vano de
ocultar un gran corazón, pero no le sale mucho.
La boda fue pequeña, pero muy divertida, con toques
especiales y no, no me detuve a escuchar a los invitados que pedían algo
impensable, como si fuera yo don Vito Corleone, sino por el contrario, todos
gozamos y cada quien lo hizo a su manera olvidando en la puerta de entrada
nuestros problemas.
Sin embargo hubo también un tiempo para reflexionar, justo
cuando miraba la gran dicha de los novios y me preguntaba, ¿qué les depara a
esta pareja éste México que les construimos? Porque a veces, en verdad, me preocupa
que ellos se vean ante un país que no fue, ni es, con mucho, el que nosotros
pensamos en heredarles.
¿Hicimos mal la tarea o son nuestros políticos quienes la
hicieron al revés?
En fin, son cuestiones de bodas, de besos, de abrazos, de
bendiciones, de anillos, de brindis, cohetes, fotos, música y baile (el vals de
ACDC, elegido por mi hija “agítame toda la noche” descontando la letra, me
encantó, sobre todo porque fueron esas canciones con las que las arrullé de
niñas).
Ellos empiezan una vida nueva y espero que les sea plena,
con un futuro que apenas arranca y con miles de planes con los cuales
seguramente lucharan por conseguirlos. Y creo, firmemente, que serán mucho
mejor de lo que pudo ser nuestra generación, porque ellos sí que están alertas
y atentos al rumbo que toma nuestro país.
En fin, perdonen la digresión de tomar un tema familiar y
muy sentido, pero es que pasa que a veces, solo a veces, en estos casos que
mueven el sentimiento, me parece que aún nos queda mucho por hacer para
nuestros hijos, y más, para nuestros nietos.
Gracias
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