Este fin de semana caí en las garras de Netflix, sin
remedio.
Confieso que fue más el morbo que otra cosa, lo que me
llevó a chutarme toda la serie mexicana llamada “La Ingobernable”, debido a que
su protagonista, Kate del Castillo, creí una especie de morbo colectivo, luego
de su encuentro con el Chapo Guzmán, hoy preso en Nueva York y cantando (digo,
contando), y de un atrevido intercambio de mensajes expuestos a la luz pública,
donde el capo de tutti capo le decía que la cuidaría más que a sus ojos.
Me dije yo, capaz y en dicha serie (la Ingobernable),
aparece algo de lo que se dijeron en vivo el Chapo y ella cuando, junto a Sean
Penn, lo visitaron en algún remoto lugar de la Sierra Madre Occidental, esquina
con Durango, Sinaloa y Chihuahua, ¿qué no?
Pero no, la serie en cuestión no trata del Chapo, sino de
una mujer que, casada con el Presidente de México, por tanto es la primera dama
(neta, hay epítetos cursis, pero este le gana a todos) y, luego de tener un
pleito marital a trancazo limpio, el Presidente cae muerto desde el balcón de un
hotel de la Ciudad de México y a ella le echan la culpa.
Desde ahí empiezan las incongruencias en la serie: ¿Qué
demonios tiene que hacer la pareja presidencial en un hotel de la Ciudad de
México, siendo que viven en la residencia oficial de Los Pinos, en la
mencionada Ciudad?
Pero bueno, esto apenas empieza: la señora, asustada, huye
de las guardias presidenciales, usando para ello una pistola con la cual hiere
a un miembro del Estado Mayor Presidencial, como si los señores estos, fueran
simples miembros de seguridad de una compañía de segunda categoría y no
contaran con la preparación militar que los caracteriza, donde, una mujer sin
entrenamiento, no se les hubiera escapado tan fácilmente.
El caso es que la señora primera dama, luego de huir, se
refugia en Tepito, a donde se dice, ni la policía entra, como si fuese ese
barrio un inexpugnable búnker sin ley y no lo que es, un barrio bravo, sí,
solapado por la policía, sí, pero, no es para tanto como para que estando ahí y
buscada por el ejército y el gobierno federal, esas calles la salven y la
protejan. Para el caso, se hubiera ido
mejor a la sierra con el Chapo, ¿no? Jejeje…
Y pasa que, la mexican First Lady, se vuelve de pronto
una guerrillera en busca de lo que verdaderamente le pasó a su amado esposo
(bueno, en realidad, a los días de muerto la guapa Kate inicia un romance con
un ex presidiario, entonces no era tanto el amor, ¿verdad?) y busca
desenmascarar a las fuerzas del mal que operan desde el ejército mexicano,
comandados por un generalote, inclinado al sadomasoquismo (para hacerlo más
malo, pues), y ella, ya como una experta en armas, tácticas y estrategias de
guerra, los desenmascara, libera a prisioneros de un centro clandestino de
detención y así, dispara como Rambo y así, hagan de cuenta que es Wonder Woman
en mexican Región 4. O ya de pérdida, una copia del también inverosímil
personaje de Pérez Reverte, la famosa Teresa, la Reina del Sur, interpretada
también por la misma Kate.
Pero bueno, lo cierto es que, a pesar de las incongruencias
del guión, me chuté los 15 capitulos de Netflix y ahora, a toro pasado, me
mueve la reflexión.
Y aguas, es aquí donde vendrán los Pejezombies región Cajeme-Sonora,
a criticarme.
Andrés Manuel López Obrador, el famoso Peje, en varias
ocasiones se ha metido con las fuerzas armadas mexicanas, echándoles en cara
cuestiones de las que no tiene pruebas.
En Nueva York, ante un padre de uno de los desaparecidos de
Ayotzinapa, que le reclamaba su apoyo al matrimonio Abarca, alcalde (y esposa)
de Iguala Guerrero, infiltrados y apoyados por el narco, quienes mucho tuvieron
que ver con ese abominable hecho de los estudiantes normalistas desaparecidos,
y el señor tabasqueño les dijo: “a mi no me reclame, pregúntele al ejército”…
Por increíble que parezca, cuando el matrimonio, el
gobernador de Guerrero y el propio Peje debieron responder a muchas dudas en el
caso, el Gobierno Federal los dejó hacer y, una verdad que debieron investigar
en todas las corrientes, la dejaron crecer, apechugaron con la culpa mediática
mientras amarillos y morenistas salieron airosos de lo que cuando menos, son
culpables de encubrimiento.
Semanas antes, el mismo Peje, declaró que en los hechos
ocurridos en Nayarit, donde desde un helicóptero la Marina repele disparos de
una banda de narcos matando a un buscado capo, declaró que en ese hecho
murieron menores de edad, aunque nunca nadie mostró pruebas y lejos de llamarlo
a declarar, lo dejaron decir esa barbaridad.
Hago un pequeño paréntesis: Cualquier uniforme que no sea
el de las vaqueritas de Dallas, me causa urticaria; tengo una negativa obsesión
por el castrismo y la fuerza de autoridad que no razona, sino cumple órdenes
superiores, me parece absurda. ¿Okei?
Pero debo reconocer que en este país, mi país, las fuerzas
armadas son el último bordo de contención para defendernos de narco intereses
de todos tipos, internos y externos, y con todo y errores, se han fajado en una
lucha en la cual no pidieron estar.
Sin embargo, desde muchas aristas, los han dejado a su
suerte y al escarnio de la sociedad civil y de políticos como el Peje, no
otorgándoles la dimensión que se merecen y que hay que clarificar, premiar o
castigar. Pero no se puede juzgar su actuación de pura saliva, menos, acusar
como lo hizo el tabasqueño.
Fui de los primeros en escribir, hace años, que el ejército
no debería de estar luchando contra el narco, pero, con el tiempo, la realidad me abruma y
aplasta, cuando no veo otra autoridad (con todo y sus errores, conste) con la
necesaria fuerza para enfrentar tan grave mal. O, ¿qué quiere el Peje? ¿Hacerle
caso a Trump y que vengan desde USA a combatir el mal que en ese país nadie
combate?
Señor@s, no la jodan, hay lo que hay para contener el mal
de las drogas y en nuestro país, cuando menos, a las fuerzas armadas les
debemos respeto porque han hecho mucho más de lo que se hace, por ejemplo, en
la alberca gringa que cada día pide más y más sofisticadas drogas.
¿Estamos?
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