domingo, 29 de noviembre de 2015

De los nuevos métodos de investigación policíaca



Hace dos noches, salí a carretera a probar las luces de mi moto, ya que se me habían desnivelado; apuntaban al cielo y a mano derecha tanto, que con la luz alta la podrían haber contratado para buscar desperfectos en los cables de la postería de CFE, sin problema alguno.
Las luces se nivelan con dos tornillos; uno para la altura, y el otro para centrarla, mismos que en alguna ocasión invertí en su ajuste y por eso, andaba buscando ovnis lejos de la carretera.
De aquí a la caseta de Fundición, me percaté que las luces habían quedado perfectas.
De regreso, vengo a una velocidad moderada y de pronto me alcanza un vehículo a toda velocidad y, para mi mala (o buena) suerte, me encienden las torretas y me ordenan que me orille.
Me detengo, pongo mis manos a la vista de los oficiales, quienes con cuidado se me acercan, uno por el lado derecho, el otro por el izquierdo.
- No trae luz trasera mi amigo - me dice un oficial.
Ah caray, no lo sabía; seguramente en alguno de los movimientos que hice con las luces, como mecánico improvisado, desconecté algo.
Me pidieron mi licencia de motociclista y me preguntaron qué si dónde era que yo trabajaba.
- Así, así como trabajar, trabajar, pues, mire oficial, escribo cosas, leo algunas muchas otras, soy medio comunicador y periodista y, la mayoría de las ocasiones me invento sueños que casi nunca llego a cumplir.
El oficial que tenía mi licencia en la mano, un jovencito él, seguro pariente de Schwarzenegger, me pide mis identificaciones de trabajo.
- No pues - le respondo - ¿se vale entregar mi tarjeta del club de los criticones compulsivos?
Entonces toma su teléfono móvil, mientras el otro oficial me pregunta por el país de procedencia de mi Moto Guzzi, cuánto es la máxima velocidad que la he corrido, dónde compro los refacciones y así.
El otro oficial, Arnold "el fuerzudote", regresa a nuestro lado, con una sonrisa y viendo la pantalla de su móvil me dice: "Ya te investigué en el internet, y, ay güey, que duro te tiran"
Solté la carcajada, no únicamente por el inusual método de la investigación policíaca para reconocer si les mentía o no acerca de a lo que "me dedico", sino porque empieza a leer en voz alta un artículo escrito sobre mi paso por la Dirección de Cultura Municipal donde de tonto no me bajan.
- Así pasa - le digo - cuando cometes la imprudencia de hacerte cargo de algo en lo que crees. Pero, oficial, como la Edith Piaf, no me arrepiento de nada, ¿eh?
Me pidieron encender las luces intermitentes y continuar con cuidado.
La noche, como un portentoso regalo divino, estaba fresca y estrellada. Encendí los audífonos con música de la Piaf, abroché mi casco, calcé mis guantes, encendí mi moto y aceleré con un inenarrable deleite de comerme los 20 kilómetros que me hacían falta para regresar a Obregón. Eso sí, con una velocidad suficiente para asegurarme que nadie, ni siquiera la patrulla, me alcanzara y chocara por alcance.
Dios existe y me cuida.

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