lunes, 1 de marzo de 2010

El Vasco Aguirre y su verdad…

Palabras Mayores

Bécker García


Era un juego de fútbol entre la Selección Sonora y el equipo de las Chivas Rayadas del Guadalajara.

No me acuerdo exactamente de la fecha, pero creo, fue por allá a finales de los años ochentas, y jugaron en el Estadio de Obregón, el Manuel Piri, por cierto lleno hasta las candilejas.

En ese entonces, desde los polvorientos campos del Deportivo Álvaro Obregón, una figura, joven, recia, había llamado la atención de varios equipos de Primera División y hasta habían hecho una oferta de varios cientos de miles de aquellos pesos, para que el chamaco jugara precisamente en uno de los equipos principales de México.

Mario Depraect (espero no equivocarme en el apellido), a quien algunos le decían el Chalito, estaba entonces en ese punto muerto donde los jugadores pertenecen a un equipo grande de Fútbol, pero aún no estaba ni siquiera en la banca.

En el equipo de Guadalajara, venía un jugador que ahora se ha convertido (para quienes apreciamos el juego del hombre), en algo así como un indudable salvador de todos nuestros fracasos. Hablo de Javier “El Vasco” Aguirre.

Lo que sí recuerdo bien, es que en ese entonces el hijo de padres españoles ya iba de bajada, después de haber jugado en España una o dos temporadas.

Jugando como medio de contención, era de esperarse uno que otro roce con “El Chalito” quien jugaba como delantero.

El primer encontronazo que tuvieron, el árbitro marcó falta porque Depraect, con el hambre del estrellato en sus venas, entró durísimo sobre el cuerpo de su contrincante.

Aguirre entonces, tranquilo, tomó el balón, lo pateó hacía un compañero, para luego acercarse al sonorense y decirle algo en lo corto, pero que en los ademanes se veía claramente que le pedía calma. Y es que, al fin y al cabo, era solamente un juego de exhibición, sin nada de por medio que no fuera agradar a los asistentes.

Cuando mucho cinco minutos después, en una pelota disputada por el aire, de nuevo el novato jugador entró con exceso de fuerza en contra del veterano Vasco, quien ahora ya no le dijo absolutamente nada, sino que miró al cielo por unos segundos y siguió su juego.

Claro, a estas alturas de mi narración, seguro es que, quien me lee, sabe bien que para la tercera vez que disputaron el balón, Aguirre, con toda la maña y sapiencia de quien había jugado cientos de partidos a lo largo de su vida, en ese deporte tan de contacto, tan de entradas duras, al disputar la pelota chocó con la humanidad del cajemense quien no alcanzó ni a tomar las placas del trailer que lo había atropellado.

Yo no sé si acaso fueron mis imaginaciones traicioneras o mis recuerdos olvidados, pero casi puedo asegurar que en todo el resto del partido, Depraect, se mantuvo a una buena y sana distancia de Javier Aguirre.

Y también recuerdo cuando en una entrevista televisiva, Aguirre dijo que lo mejor que le había ocurrido en España, es haberse quebrado la tibia y el peroné, cuando su equipo “El Osasuna” disputaba un partido contra “El Gijón”.

“Fue lo mejor, dijo, porque de esa manera regresé a México sin la pena de ver rescindido mi contrato al final de la temporada de la liga española”. Y agregó; “Es tan grande la diferencia entre el fútbol mexicano y el europeo, que jugando allá parecíamos muñequitos”.

Acostumbrado a hablar con la verdad como en ese entonces, el ahora seleccionador del equipo de fútbol mexicano, acaba de declarar, hace unos días, que México aspiraría a ocupar del décimo al décimo quinto lugar en el siguiente Mundial de la especialidad.

En una conferencia de Radio en España, dijo también que nuestro país estaba “jodido” debido a la violencia, y que si por él fuera, terminando el mundial se contrataba en un equipo español o inglés.

En un santiamén, los periodistas mexicanos y buena parte de la sociedad civil, se quisieron comer al Vasco por sus declaraciones, hasta que, pocos días después, lo arrinconaron al grado tal de tener que pedir perdón por lo declarado.

Sin embargo “El Vasco”, lo único que hizo, a ciencia cierta, fue destapar una cloaca que viene siendo, desde algunos años, la inocultable verdad de nuestro país en lo deportivo y también, como una sociedad secuestrada por la violencia.

Claro que, a nadie le gusta que nos digan la verdad, ¿cierto?

Gracias…

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