Javier Váldez, periodista sinaloense y
escritor, tenía una forma muy particular de narrativa.
Y digo tenía, porque ya no tiene; fue
muerto el día de ayer, en su natal Culiacán, asesinado.
El reporte de periodistas muertes en el
sexenio anterior, el de Calderón, fue de 66 y en este de Peña ya van 35.
Conocí a Blanco Ornelas de una manera muy
rara; en la casa de alguien a quien yo había ido a realizar un trabajo de algo
(pocos saben que fui milusos), allá en Baja California, y este amigo me lo
presentó diciéndole erróneamente que éramos paisanos. No era así, el periodista
fundador de Zeta de Baja California, fue director de El Imparcial de
Hermosillo, pero era originario de Aguascalientes.
Fue él uno de los primeros periodistas a
los que quiso asesinar “la maña”, allá en Tijuana. De hecho le dieron varios
balazos, y, de no ser por su chófer que lo cubrió con el cuerpo, no hubiera
muerto como lo hizo, en su cama y de enfermedad natural.
Platiqué con él en esa casa de Mexicali,
sobre un libro escrito por él que yo había leído y sobre la novela La Sierra y
el Viento de Gerardo Cornejo.
Quedé de enviarle algo para su semanario
Zeta, pero nunca me atreví, porque el periodismo me parecía un negocio
complicado para ganarte un nombre.
Inicié en esto del periodismo, unos años
después, allá en el 96, cuando un pariente cercano de un entonces diputado se
encontró dentro de mi camioneta, un teléfono celular, forzó la ventana, lo miró
con detenimiento y supongo pensó que estaría bueno hacer llamadas para saludar
a todos sus parientes; incluido al legislador.
Seguí la pista de las llamadas
registradas, entrantes y salientes, hasta que supe de quien se trataba. Cuando
al fin el Diputado respondió a mi llamada, me gritó al teléfono con la pregunta
de “¿No sabes con quien estás hablando?”…
Ajeno a las cuestiones políticas, pero
habiendo escuchado miles de historias de las barbaridades y prepotencia de los
políticos, me animé a enviar una carta de periódico de circulación estatal. De
ahí, me invitaron cada semana a escribir de cualquier tema que se me ocurriera.
A pesar del miedo, seguí escribiendo durante varios meses y, de vez en cuando,
volvía sobre el tema del celular y la “cuentota” que el pariente y el Diputado me
dejaron en la compañía telefónica. Nunca, me pagaron, aunque sí mandaron el
celular a mi oficina por medio de un propio.
Sin embargo cada día es más difícil y
peligroso escribir sobre ciertos temas, más, si tienen algo que ver con delincuencia
organizada o policías o funcionarios que protegen a ambas banderías.
Javier Valdez era corresponsal de La
Jornada y periodista de Río Doce, el medio donde escribía su columna “Mala Yerba”,
además, hacía poco le habían traducido al inglés uno de sus cuatro libros, en
ellos, habla de tópicos del narcotráfico. Aún, sin dar nombres, cronicaba
asesinatos, levantones y otras atrocidades que seguro ocurren en las cavernas
de la oscuridad delincuencial. Sin embargo, alguien se ha de haber reconocido
en una de esas historias, lo tomó a pecho y como Nerón en el Coliseo, inclinó
el pulgar hacía abajo y lo demás, fue la historia de su acribillamiento en
concurrida calle de Culiacán.
Ya no es divertido ser periodista y tocar
ciertos temas. Hace casi dos meses, en Chihuahua asesinaron a otra periodista
Miroslava Breach, experta también en estos temas. Javier Corral, un político
experto en medios de comunicación y ahora gobernador de ese estado, no ha
vuelto a decir esta boca es mía, como esperando que sea otra tumba más en el
cementerio del olvido.
Asesinar reporteros en México, parece ser
sencillo, dada la asiduidad y, además, porque nadie dice nada y, pocas veces,
se sabe el porqué y menos, se detiene a nadie.
Ya no es divertido ser periodista porque,
se ha vuelto tan común asesinarlos, que a nadie parece importarle un comino.
QEPD Javier Váldez y vaya desde aquí, un
reclamo profundo a quienes están permitiendo que pasen estas cosas. Bueno,
estas y muchas otras.
Parafraseando a Rulfo que hoy cumpliría
100 años: ¡Diles que no nos
maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles
que lo hagan por caridad.
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