Me cité con un cliente, en un restaurante de Mariscos.
Llevaba 15 minutos de retraso, cuando me dispuse a enviarle
un mensaje: “veo que te tardas, mejor nos vemos luego”
En ese momento tocó el cristal de mi ventanilla, abrí y me
invitó a acompañarlo a dejarle un dinero a alguien, asegurando no tardábamos ni
10 minutos.
Dimos un par de vueltas y justo cuando regresamos al
restaurante, nos encontramos con una infausta sorpresa.
Uno como periodista ve e imagina muchas cosas, porque
estamos expuestos a noticias de todos colores y sabores, sin embargo, hay
algunas que, cuando menos para mí, no dejan de asombrarme y por tanto me asustan,
pero, aún así, nunca perdemos, creo, la alerta de la observación.
El restaurante, como es lo típico en la región, es un
cobertizo, sin paredes, donde solamente la cocina las tiene. Existen mesas con
bancas sin respaldo, diseminadas a lo ancho y largo del mismo.
De este que hablamos, tiene dos entradas; una, por la parte
norte por una callecita, y la otra, la principal, por la calle 200. Y fue que,
justo cuando entramos por la callecita, por el portón de la 200 salía un carro
muy aprisa.
Antes de estacionarnos, me llamó la atención que tras la
reja, había unos 6 personas, sin entrar, pero mirando con insistencia hacía
adentro.
Luego entendí.
Al abrir la puerta, escuché gritos, llantos, gente pidiendo
llamar a la policía, mientras las mujeres, se mesaban los cabellos diciendo “no
Dios mío”
Una de ellas, me tomó de las manos y al preguntarle que
había pasado me repitió: “Ayer vinieron a comer… ayer vinieron a comer” Luego,
más llanto.
Vi correr a alguien que luego pidió aplicar un torniquete,
mientras se agachaba ante lo que parecía un cuerpo. Miré con más detenimiento,
y vi, en el suelo, los malditos esquilmos de las ráfagas de rifles de alto
poder; los casquillos.
Éramos pocos, o cuando menos, eso aprecié, solo meseras y
unos tres varones, no vi comensales y recordé que, cuando recién había llegado,
media hora antes, las mesas estaban vacías, y entonces me dije: qué bueno,
porque si no, esto hubiese podido estar peor.
Caminé, tratando de acercarme a donde se encontraban los
cuerpos, sin saber si acaso estaban solo heridos o ya muertos. Luego, el terror
a la sangre, me obligó a detenerme.
Pensé: Si tomas fotografías o vídeo, seguro tu portal tendrá
miles de visitas. Entonces y recordando el dolor de un amigo que, cuando
subieron las imágenes de un familiar acribillado a redes sociales, casi muere
de coraje por la falta de respeto, y me abstuve.
Me quedé por un minuto como estatua y luego me dije: Bécker;
ya no tienes nada que hacer aquí.
Busqué a mi acompañante y lo vi llamando por teléfono,
supongo a la policía o a la cruz roja.
Di media vuelta y me encaminé a mi carro, justamente
estacionado junto al portón de la reja.
Entonces los ví a ellos. Eran cuatro a cinco policías, una
mujer por cierto, dudando entre entrar y no a la propiedad que para ese
momento, ya tenía la reja cerrada.
Me subí a mi carro, lo encendí, puse la reversa, luego me
enfilé hacía la puerta: con señas le dije a un policía que ya me iba, temiendo
lo peor; que me fueran a confundir con algún sicario. Pero no, increíble, pero
me abrieron la puerta y, sin que nadie me preguntase nada, salí, tembloroso.
Por el retrovisor, vi como es que justo en ese momento
habían llegado más patrullas y ahora sí, varios policías estaban entrando caminando
al estacionamiento.
Uno piensa cada vez menos que esto de sicarios y de
violencia está muy lejos de nuestros espacios donde nos movemos, pero no, lo
cierto es que, haciendo un recuento, la muerte, tan seguida, nos ronda más
cerquitas.
Te amo hermano ;(
ResponderEliminarQué miedo primo!!!! Cuídate mucho!!!! Bendiciones 🤗🙏😘
ResponderEliminartienes un ANGEL que te protege pero cuidate
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