miércoles, 24 de octubre de 2018

Por segundos, casi me tocan los balazos (Crónica del miedo)



Me cité con un cliente, en un restaurante de Mariscos.
Llevaba 15 minutos de retraso, cuando me dispuse a enviarle un mensaje: “veo que te tardas, mejor nos vemos luego”
En ese momento tocó el cristal de mi ventanilla, abrí y me invitó a acompañarlo a dejarle un dinero a alguien, asegurando no tardábamos ni 10 minutos.
Dimos un par de vueltas y justo cuando regresamos al restaurante, nos encontramos con una infausta sorpresa.
Uno como periodista ve e imagina muchas cosas, porque estamos expuestos a noticias de todos colores y sabores, sin embargo, hay algunas que, cuando menos para mí, no dejan de asombrarme y por tanto me asustan, pero, aún así, nunca perdemos, creo, la alerta de la observación.
El restaurante, como es lo típico en la región, es un cobertizo, sin paredes, donde solamente la cocina las tiene. Existen mesas con bancas sin respaldo, diseminadas a lo ancho y largo del mismo.
De este que hablamos, tiene dos entradas; una, por la parte norte por una callecita, y la otra, la principal, por la calle 200. Y fue que, justo cuando entramos por la callecita, por el portón de la 200 salía un carro muy aprisa.
Antes de estacionarnos, me llamó la atención que tras la reja, había unos 6 personas, sin entrar, pero mirando con insistencia hacía adentro.
Luego entendí.
Al abrir la puerta, escuché gritos, llantos, gente pidiendo llamar a la policía, mientras las mujeres, se mesaban los cabellos diciendo “no Dios mío”
Una de ellas, me tomó de las manos y al preguntarle que había pasado me repitió: “Ayer vinieron a comer… ayer vinieron a comer” Luego, más llanto.
Vi correr a alguien que luego pidió aplicar un torniquete, mientras se agachaba ante lo que parecía un cuerpo. Miré con más detenimiento, y vi, en el suelo, los malditos esquilmos de las ráfagas de rifles de alto poder; los casquillos.
Éramos pocos, o cuando menos, eso aprecié, solo meseras y unos tres varones, no vi comensales y recordé que, cuando recién había llegado, media hora antes, las mesas estaban vacías, y entonces me dije: qué bueno, porque si no, esto hubiese podido estar peor.
Caminé, tratando de acercarme a donde se encontraban los cuerpos, sin saber si acaso estaban solo heridos o ya muertos. Luego, el terror a la sangre, me obligó a detenerme.
Pensé: Si tomas fotografías o vídeo, seguro tu portal tendrá miles de visitas. Entonces y recordando el dolor de un amigo que, cuando subieron las imágenes de un familiar acribillado a redes sociales, casi muere de coraje por la falta de respeto, y me abstuve.
Me quedé por un minuto como estatua y luego me dije: Bécker; ya no tienes nada que hacer aquí.
Busqué a mi acompañante y lo vi llamando por teléfono, supongo a la policía o a la cruz roja.
Di media vuelta y me encaminé a mi carro, justamente estacionado junto al portón de la reja.
Entonces los ví a ellos. Eran cuatro a cinco policías, una mujer por cierto, dudando entre entrar y no a la propiedad que para ese momento, ya tenía la reja cerrada.
Me subí a mi carro, lo encendí, puse la reversa, luego me enfilé hacía la puerta: con señas le dije a un policía que ya me iba, temiendo lo peor; que me fueran a confundir con algún sicario. Pero no, increíble, pero me abrieron la puerta y, sin que nadie me preguntase nada, salí, tembloroso.
Por el retrovisor, vi como es que justo en ese momento habían llegado más patrullas y ahora sí, varios policías estaban entrando caminando al estacionamiento.
Uno piensa cada vez menos que esto de sicarios y de violencia está muy lejos de nuestros espacios donde nos movemos, pero no, lo cierto es que, haciendo un recuento, la muerte, tan seguida, nos ronda más cerquitas.






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