Yo no se si ustedes pertenezcan al reino
animal de los glotones, pero yo, a las dos horas después de la comida, me da un
hambre antojadiza, que no tiene ni nombre ni comparación.
En eso estaba hoy jueves, como a las 4 de
la tarde, tratando de concentrarme en mi trabajo para olvidarme de los azúcares
que mi cuerpo exigía, cuando me llamaron para que fuera a Cócorit a recoger un
encargo que hace rato había pedido.
De regreso en mi carro, me entró otra vez
el diablo devorador de glucosa al cuerpo: y sí; me rendí, y me decidí a llegar
a un ocso a comprarme una paleta de esas con almendras que tienen nombre como
de Alejandro Magno.
Y que en el camino me encuentro un tope,
y después del tope una frutería y en los estantes de esta, justo en la banqueta, unas miniolas (esas
mandarinas ombligudas sin semillas) grandotas me cerraron el ojo. Entonces el
ángel antiglucóligo me dijo al oído: con las miniolas te quitas la tentación y
es más saludable, bato.
Ya estando ahí, la señora, “muybuenapavender”,
me cargó de plátanos, ciruelas y mis miniolas.
Fue entonces que llegó un muchachito
medio acelerado, medio nerd, medio bien vestido, y le dice a la señora: “Tengo
una báscula eléctrica como esta, vale 20 y la doy en 10 (números figurados), mi
mamá la usaba para empacar sus cosas”
La doña, comerciante natural, le preguntó
marca, capacidad y si estaba completa. El nerdito light le dijo que era de una
capacidad de 10 kilos, la que en realidad era de 5, entonces de los 10 pesos que
quería, se bajó a 5.
La doñita no la quiso, pero yo, metiche
compulsivo. “¿No te la habrás robado?”…. Error, me enganché en una compra venta
que ni me iba ni me venía.
Pues ahí tienen que al final, saqué 3
billetes de a peso y se la compré. ¿Para qué? Saaaabeeeeeee, pero me quise
engañar diciendo que me sería muy útil para cuando hiciera Paella. Punto número
1: hago Paella cada vez que me piden cooperar para el seminario, es decir, una
vez al, año. Punto número 2: Tengo 35
años haciendo paella y siempre la hago a ojo de buen cubero, nunca pesando los
ingredientes.
Compra inútil, pues…
Cuando el nerdito me entregó la bolsa con
el instructivo, el cargador y la báscula en cuestión y se marchó, descubrí que
en el fondo de la misma, es decir de la bolsa, estaban una hojitas verdes.
Ay el Bécker, me dije: ahora resulta que
este bato nerd de carnaval, vendía mota y aquí la pesaba. “Eso es lo único que
me faltaba – dije en voz alta – que me metan al bote por drug dealer a mis años”.
La señora de la frutería se acercó y le
expliqué. Ella aseguró que eso no era mota y para pronto salió de la frutería y
volteando a diestra y siniestra, dio con un tipo al que le gritó: “Conejo,
cáele”
El tipo: greñita larga, pantalones
dickies, camisa a cuadros, lentes negros y tenis converse (creo eran imitación,
eh?), le echó un vistazo a las hojas y con voz profunda dijo, “Nel, eso no es
mota”.
Pues me ha de haber visto con tan cara de
asustado (lo juro) que a mi edad me agarren en esos líos y acá donde hierba aún
no se legaliza (estuviera en USA), que me invitó a realizar la prueba irrefutable,
según él.
Tomó un puñito y con un pedazo de papel
hizo un chorizito, y, antes de prenderle fuego me preguntó: ¿Sabe a lo que
huele la mota, verdad?... Pues sí, no nací ayer.
En la banqueta le prendió fuego y anda
vete, un olor a orégano, tomillo y romero, macizo. Es decir, la doñita empacaba
especias. Tan desconfiado que es uno, ¿no?
Y es que, el olor a la mota no se puede
ocultar, ni el de las guayabas, ni el dinero ni la estupidez. ¿Verdad?
Y escribo esto porque esta semana, un
“periodista”, sin nombrarme, hizo alusión a mi persona, diciendo, palabras más
palabras menos, que había precandidatos a la alcaldía de Cajeme a los cuales
había yo engañado para que me contrataran y llevarle su campaña, para luego
colocarme en su gabinete municipal.
Varios puntos aclaratorios: Uno, al decir
que me colaría en su gabinete una vez que lo hiciera ganar, acepta que soy bueno
para eso de las campañas lo cual le agradezco; dos; me han pedido varias
cotizaciones pero hasta hoy, no hemos decidido en la oficina participar en esta
campaña y, tres, que me parta un rayo si vuelvo a caer en la tentación de hacer
algo por mi ciudad, poniendo a su servicio mi poco conocimiento.
Y como colofón agradecido y aprovechando
mi compra compulsiva, al “periodista” le presto mi báscula nueva para que se
pese el cerebro, aunque debo aclarar que, no se si pese microgramos.
O tal vez, si podríamos usarla para pesar los chequesotes que a él, al "periodista", le da un precandidato, pero esos sí, pesan varios kilos..
Conste