Del pasado 1 de Julio, hasta el día de hoy, hemos vislumbrado
como podría ser, a partir del próximo 1 de diciembre, el nuevo país en el que
habremos de vivir.
Empero y por lo mismo, hagamos una breve reseña de la
llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder.
El tabasqueño, en los años noventas, rompió con su partido
original, el PRI, para adherirse al recién creado Partido de la Revolución
Democrática, al lado de Cuauhtémoc Cárdenas, luego de que el neoliberalismo
había tomado el poder desde el tiempo de Miguel de la Madrid (1982-88),
olvidándose, literalmente, de los principios revolucionarios (si así se le
puede decir) que desde Lázaro Cárdenas marcharon entre la izquierda moderada y
el centro ideológico, para, a partir de esa fecha, tomar el control tecnócrata
y gobernar en la derecha pragmática, con todo lo que esto implica.
Llegó Andrés Manuel al poder del entonces Distrito Federal,
desde donde enfrentó abiertamente a Vicente Fox, Presidente, con un estilo de
gobernar que a veces pasaba por la intolerancia y el encono y en otras, lucía
como un verdadero mesías.
A los viejitos, que lo adoraban, les otorgó una pensión
mensual de aquellos 600 pesos; fundó la Universidad gratuita del DF; viajaba en
un Tsurito y todos los días a las 6 de la mañana daba una rueda de prensa. Con
esto, sellaba un estilo de gobernar muy alejado del glamour de los políticos
neoliberales de PRI y del PAN, a los que no dudó en llamarlos, Fifís.
Por ser diferente, fue acusado de populista y en el 2006, etiquetado
como “un peligro para México”, frase con la cual, truncaron su oportunidad de
convertirse en Presidente de nuestro país. Sin duda, sus protestas por lo que
llamó un fraude, la toma de la icónica Avenida de Reforma, le costó muchas animadversiones,
lo colocaron en el límite de la intolerancia, y esos daños le fueron cobradas
seis años después, cuando Enrique Peña Nieto, no sin apuros, le ganó de nuevo
la carrera presidencial.
Algo pasó entonces, porque vino un cambio en su manera de
hacer política. Abrió un espacio de tolerancia y declaró y repitió hasta el
cansancio, que su lucha por el poder estaba encaminada a salvar a los pobres y
acabar con la mafia del poder. Suavizó su discurso, se convirtió en el amoroso
Peje y fue entonces que encontró su legión de leales seguidores en un país
donde más del 70% vive en distintos niveles de pobreza y, también, dio en el
clavo y encontró al enemigo a vencer, el opresor gobierno y sus secuaces. Tema
y narrativa.
Y desde el poder le ayudaron, claro que le ayudaron, con
escandalosos actos de corrupción, altos niveles de violencia y una mal manejada
estrategia comunicacional en las Reformas iniciadas al inicio del sexenio.
Puestos entonces el ejército de militantes en la pobreza por
un lado, los opresores (políticos y empresarios) con su vida majestuosa por el
otro, solo fue cuestión de, como en el dominó, aplicar la regla de las 3 erres:
repetirles, recordarles que los estaban rechingando y así, sin más razones, la
mayoría de los mexicanos (por algo los 30 millones de votos), se lanzaron a la
urnas esperando la tierra prometida que este nuevo Moisés les ofrecía a cambio
de votos.
Ganó, sin discusión, y obtuvo el mayor número de sufragios
en la historia de las elecciones mexicanas.
Y, ¿ahora? ¿Qué sigue?
Recientemente termino de leer un artículo de Nexos que me
recomendó mi amigo Edmundo Armenta, escrito por Javier Tello, donde hace un
recuento de la llegada de AMLO al poder, basado a su vez en el libro “Exodo y Revolución”, de Michael Walzer, haciendo una relatoría de la liberación del
pueblo judío subyugado por los egipcios, además narra la huida por el desierto
y la llegada a Canaán después de 40 años de peregrinaje.
Al igual que Moisés con los Judíos, AMLO, lo primero que se
propuso fue sembrar la esperanza y el anhelo de un país donde emane la leche y
la miel.
Así, Andrés Manuel prometió un país sin gasolinazos, sin
corrupción, sin fastuosos aviones presidenciales y con un maná para adultos
mayores y becas mensuales para jóvenes desempleados. La salida del ejército
desde el primer día de su mandato; la cancelación del nuevo aeropuerto de la
Ciudad de México; la reubicación de las dependencias centrales; bajar los
sueldos a la burocracia y pase directo a todas las universidades (no importa la
autonomía) entre otras muchas cosas.
Tanto en el libro de Walzer como en el éxodo bíblico, en el
México actual no todo lo que se promete se puede cumplir y menos, sin reglas
claras del juego. Estamos pues, ante un cambio donde no existen fórmulas
mágicas y, como pasó con los judíos, en el viaje, algunos recordarán que en
Egipto no todo estaba mal y extrañaban las ollas de carne y los peces que sus
opresores les brindaban y por lo mismo, construyeron su buey de oro, para pedir
a otro Dios, que los regresará a donde vivían mal, pero sobrevivían sin tener
que deambular por el desierto.
Extrañaban pues, lo poco tenían.
Seguiremos mañana, con la intención de dejar en claro que lo
de Andrés Manuel no fue un milagro y que, nosotr@s tod@s, debemos de echarle
ganas, hacer un pacto de Sion y arribar, al país que nos merecemos.
Gracias
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