Conocí a Ramón Iñiguez bajo una
situación curiosa; seguro era verano, no tengo duda alguna, estaba en primero
de secundaria, y en casa de mis padres, las reglas eran claras; el aire
acondicionado lo usan los papás, las niñas (mis hermanas) y los niños (mis dos
hermanos en ese entonces pequeños). Entonces, jódame yo, el hijo hombre más
grande.
Mientras la familia completa dormía la
siesta canicular muy sonorense, con el aire y tapados con cobijas, yo daba
vueltas como diablo enjaulado. Salí a la calle y caminé rumbo al centro de la
ciudad. Pasé por la Biblioteca Pública, en ese entonces ubicada en la calle
Sonora y Guerrero, y detrás de los ventanales pude ver una gran cantidad de
personas sentadas, cómodamente, leyendo.
Entré y el aire funcionaba de
maravilla. Ocupé un asiento y una señora vino a preguntar sobre mis
intenciones. “Quiero leer un libro”, le
dije a botepronto. No tardé en pedir el primer libro que se me vino a la memoria,
El Capital de Carlos Marx, y fue cuando llamaron al buen jalisciense Ramón
Iñiguez a indagar porque un chamaco de 13 años quería leer tal libro, tan
subersivo.
Luego de un breve interrogatorio, Ramón
dio autorización para que me llevaran el libro en cuestión. No pasé de la
primera página, sin entender ni una palabra de lo escrito. Ah, pero pasé esa
tarde sin calor, a costillas de la Junta de Progreso y Bienestar de Cajeme, la
cual patrocinaba la Biblioteca.
Cuando quise ser escritor de tiempo
completo, 1998, acudí a Diario del Yaqui, recomendado por un amigo, queriendo
que mis columnas las publicaran previo pago, como hacían entonces con Germán
Dehesa y con Catón en varios medios por todo el país.
La respuesta fue que no se usaba (creo
que ni se usa ahora), que le paguen a alguien por publicar sus escritos, sino
al contrario. Iba ya de salida, cuando Javier Ruíz, dueño del Diario, me dice:
“oye, pero desafortunadamente a Ramón le acaba de dar un infarto; si te quedas
con su sección Cultural y sus editoriales diarias, te contratamos hasta que se
recupere”. Yo no lo sabía pero, desde ese momento pasé a ser de un columnista
amateur, a un periodista con toda la regla.
Cuando regresó Ramón, luego de su
convalecencia, tuvimos una larga charla sobre la manera en que incluí en las páginas
de su sección, a algunos atrevidos escritores que no eran de la región. Ahí nos
hicimos, por así decirlo, amigos, aunque nunca cercanos.
Luego platicamos muchas veces sobre
literatura, sobre cine, sobre artículos y siempre me decía; “bueno, ya tienes
tu primer libro, ¿cuándo el segundo?” Mi respuesta era la misma; “soy tan
acucioso lector, que lo que ahora escribo no me gusta” y él reía y me llamaba
miedoso, con otro epíteto. Yo gozaba con sus ocurrencias, su mente ágil, su
cascarrabias visión de las acciones culturales y una clara intención de proteger
siempre a su gremio, entre los que se encontraban y se encuentran aún ahora,
verdaderos fraudes “cultureros” y al decirlo, se enojaba.
La última vez que platiqué con él,
desafortunadamente no fue en buenos términos. Fueron en realidad, muy ríspidos.
El Instituto Politécnico Nacional, nos
ofrecía, a los cajemenses, una Feria del Libro. Las condiciones eran muy
favorables para Cajeme; nosotros, junto a Mario Saucedo, entonces director de
IPN local, nos encargaríamos de la organización y ellos pondrían todo lo demás.
Hubo reticencias: el argumento era que,
si ya tenemos una feria del libro en Biblioteca, ¿para qué traer otra? Yo, como
Director de Cultura Municipal, no podía dejar pasar la oportunidad de tener en
casa, una feria de ese tamaño: Mi argumento era claro; si nos ofrecen una feria
de esa envergadura, gratis, y la rechazo, es como si alguien nos quisiera dar
10 millones de pesos en especie y nosotros dijéramos, no, gracias. De hecho,
hubo presión hasta de amigos muy cercanos para no realizar el evento.
Fue entonces que hubo una reunión con
los organizadores en un salón de un hotel, y a la misma acudió Ramón, supongo
convocado por alguien que se oponía a la misma y al ver que no cedía en mi
postura, lo pidió de refuerzo para tratar de abortar el intento. Ahí empezó el
zafarrancho.
Iñiguez dio sus argumentos, que nadie
acudiría a la misma porque la haríamos en el CUM, que la gente ya estaba
acostumbrada a la local y que sería una competencia desleal para las librerías
establecidas y así, hasta que, ya cansado y poco tolerante, me levanté diciendo
que contra todo, haríamos la Feria.
A la misma acudieron más de 32 mil
cajemenses, en la semana que duró. Creo, aunque a muchos se les
olvida, fue un éxito en audiencia, sobre todo de niños y jóvenes a los que
llevábamos en camioncitos y que por vez primera tuvieron acceso a talleres,
juegos infantiles, cine gratis y eventos musicales.
Ya pasado el evento, postergué mi
charla con Ramón, pues yo se que era un hombre inteligente y que seguro
compartía mi visión, pero su amor por su Biblioteca era más grande que mis
razones.
Él estaba en su papel, yo en el mío,
pero me hubiese gustado haber zanjado esa diferencia.
Pero bueno, creo y espero que, ya habrá
alguna oportunidad de que nuestros espíritus coincidan en otro plano astral,
pero, mientras, le mando un abrazo.
Y a propósito, APALBA (la actual dueña
de la cultura municipal), ¿porqué no ha hecho un evento de ese tamaño?
Saludos