Leí durante la semana, una columna de
Zepeda Patterson titulada Los Gatos de París, donde cuenta que en el verano de
1348, la peste azotó las calles de la capital de Francia, abriendo paso a la
muerte en lúgubre recorrido casa por casa, como arrastrándose con pandémica
crueldad y provocó miles de muertes.
Imaginemos entonces el cuadro de Dante,
con cadáveres aquí y allá y que por cierto, la historia narra a un Sena anegado
de carne putrefacta navegando aguas abajo.
Fue entonces que la gente, buscando las
razones y las causas, concluyó que los gatos eran el vector de contaminación
que provocaba el contagio, y, sin mucho alegato, se cuenta que la asustada
multitud inició la cacería de los felinos hasta desaparecerlos de sus calles.
Con el paso de los años, ahora lo
sabemos; los gatos no eran el principal vector contaminante, sino sus enemigos,
los roedores lo son mucho más, y sin enemigo natural al frente se dieron "vuelo".
En las políticas públicas suele pasar
igual; las circunstancias eliminan al contrario y es entonces cuando unos
corren sin los otros de contraparte: Ratones sin gatos no es buena combinación.
Y eso fue justo lo que pasó en Sonora
la semana pasada.
Las ratas del PAN (por decirlo de algún
modo, que aparte les queda), le comieron el mandado a los gatos del PRI (a los que
también les queda).
Y sucedió que en el Congreso del
Estado, fue analizada la cuenta pública del año 2015, donde tres cuartas
partes, cuando menos en el tiempo, les tocó ejercer al equipo del Ex Gobernador
Guillermo Padrés Elías.
A las tribunas o corralito del
Congreso, llegaron temprano los unos y los otros porristas, donde por cierto
los tricolores, siendo mayoría, tomaron la parte izquierda si tomamos en cuenta
desde la puerta de la entrada y sus contrarios a la derecha.
Como eran más, en el ejercicio de la
bulla y el griterío, parecería que los tricolores, incluyendo a sus
diputados, tendrían un día de campo para
poner en su lugar a los transas azules, que aparte, gozan de bien ganada fama
de corruptos.
Pero no fue así, ¿eh?. A pesar de
acusarlos de miles y miles de millones
de pesos (han sido tantos que ya hemos perdido la perspectiva, como si
habláramos de centavos), pues, resulta que al llegar el momento de hacer uso de
la voz (¿kiubo? ¿Parezco abogado?) por parte del Diputado Javier Dagnino,
exhibió unas maletas de utilería repletas de dinero, donde había un remitente:
Ramón Guzmán, ex alcalde príista de Nogales y un destinatario: Enrique Claussen
Iberri, especie de coordinador de la campaña tricolor a la gubernatura en el
propio 2015.
Entonces se acabó el tema. Se terminó
la discusión; siguieron los gritos de descalificación, los insultos, los
manotazos entre sendas porras y, de lo esquilmado o faltante, hoy por hoy ni
quien se acuerde.
Dagnino, soportó a píe juntillas todo,
sabiendo que al día siguiente, como lo fue, en la memoria colectiva serían las
maletas y el histrionismo propio de circo de tres pistas, el tema de
conversación de los sonorenses.
Y si a eso le sumamos lo de una
muchachita que besó no se a quien en no sé dónde con lo cual rompió su
compromiso matrimonial, pues resulta que las ratas andaban de suerte y los
gatos se achicaron.
Lo concluyente del caso, es que esto ya
se hace costumbre entre los gatos perdidos y superados por las cínicas ratas. O,
¿han visto ustedes a algún diputado tricolor que se la juegue, sin pensar
primero en su dosmildiezyochesco futuro?
Yo no. Los veo ya más brincando la
liana desde hoy y dejando que su jefa, una tal Pavlovich, se rasque con sus propias
uñas.
¿Miento?
Gracias