Hace unas semanas, a lo sumo dos meses,
leí una nota roja donde decían que, en un colonia de Ciudad Obregón, habían
asesinado, al estilo de los narcos, al gran compositor Sergio Mercado, de
apenas 23 años.
Obviamente y para mí, un inexperto en
materia de música grupera, no sabía de quien me estaban hablando. Revisé
entonces el internet, para descubrir que, uno de sus éxitos escritos, cantados
por un tal Ariel Camacho, tenía visitas en Youtube por el orden de los 27
millones de clicks, y, en alguna otra, casi los 100 millones.
Para poner en perspectiva las cosas en
cuestiones de música al alcance del pueblo, les diré que la legendaria banda
Pink Floyd, conocida y adorada en todo el mundo, tiene canciones en esa misma
red social, mucho menores a esos números y, en algunos pocos casos,
equiparables a tantos millones. Lo mismo ocurre con el más grande cantante
mexicano de todos los tiempos, Placido Domingo.
Momento; no es mi intención pontificar
a youtube como el medidor de talentos y de gustos, sino, solamente quiero
establecer parámetros de aceptación.
Ayer murió Juan Gabriel, el hoy por hoy
más reconocido canta autor mexicano, quien arrastraba multitudes. Sin embargo,
en youtube, sus visitas eran equiparables a las del para mí desconocido Ariel
Camacho. Ni más, ni menos, porque para todo existen gustos o disgustos.
Juan Gabriel irrumpió en el mundo del
espectáculo, gracias a un éxito fácilote de allá por los años setentas,
titulado, No tengo dinero. Contrario a los cánones de la composición, la letra
termina en verbos, con frases comunes que cualquiera puede entender y, debido a
un estribillo repetitivo, sencilla de memorizar. Leamos: “No tengo dinero, ni
nada que DAR, lo único que tengo es amor para AMAR, si así tú me quieres te
puedo QUERER, pero si no puedes, ni modo que HACER”. Escribir así, es parecido
a los poemas de los chicos de secundaria, que tienen un vocabulario limitado y
por tanto, un pensamiento ídem.
Alberto Aguilera Valadez, alias Juan
Gabriel, repitió entonces su fórmula mágica de letras y estribillos sencillos,
hasta convertirse en el ídolo fácil de digerir para un pueblo como el nuestro,
de muy poco pensar y fugitivo del compromiso de echar a volar el entendimiento
de cuestiones complicadas.
Juan Gabriel fue, algo así como lo que
fue el PRI durante muchos años; ahí estaba, tenía su torta y su soda, daba 100
pesos por el voto y, marginalmente, a veces construía alguna obra en beneficio
de mi comunidad cercana. Entonces y durante 70 años, los mexicanos no se
complicaron la existencia pensando en que, después del tricolor, pudiese
existir un mundo mejor. Para qué meternos en vericuetos de Fernando Delgadillo
y sus complicadas letras, si JuanGa nos da todo; nota, show, espectáculo y vida,
regurgitado como alimentan las águilas a sus aguiluchos.
Lo que si se le debe de reconocer al
Divo de Juárez, es que luchó (no sé con qué artificios) por sobrevivir en un
mundo duro y machista de aquel al que José Alfredo Jiménez nos tenía
acostumbrado.
Huérfano de padre, abandonado por la
madre, recluido en un hospicio de donde escapó, se abrió paso en la frontera de
Juárez con el nombre de Adán Luna. Fue hecho preso por robo en la Ciudad de
México y purgó 18 meses de prisión, de donde salió con la firme convicción de
abrirse paso a como diera lugar en el mundo del espectáculo. Las crónicas de
quienes lo conocieron en ese tiempo, aseguran que rogó, suplicó, chantajeó, se
dejó seducir por personajes de ambos sexos, hasta que le dieron una oportunidad
que no desaprovechó.
Ya como asiduo cantante de programas de
TELEVISA, debido a sus maneras afeminadas, sus camisas chillantes imposibles, y
convertido en sorpresivo ídolo, la iglesia católica, en privado, reclamó a
Emilio Azcarraga Milmo, dueño de Televisa, la clase de imagen cercana a la homosexualidad que ofertaban a la
juventud mexicana. “El Tigre”, soldado del PRI y leal a la iglesia de la masa,
se reunió con sus principales consejeros y encontraron la solución. Si Juan
Gabriel participaba en un programa con María Victoria recientemente viuda y de
aún excelente ver, inventarían un romance ente ambos, algo insólito por la edad
y las evidentes preferencias del músico.
Pero entonces muchos mexicanos se
tragaron el garlito, le “perdonaron” (Dios, no había nada que perdonar) su preferencia
sexual y lo amaron casi tanto como a los machos Pedro Infante, Jorge Negrete y
José Alfredo Jiménez.
Lo aceptaron en masa, sí, pero, de eso
a que su grandeza musical haya sido cercana a los charros primero mencionados o
sus composiciones profundas y adoloridas como las del segundo, hay un mundo de
diferencia. Juan Gabriel fue, porque en este mi país y en estos tiempos, no
había otro asidero musical que valiese la pena.
Y ya lo vemos, para el engaño en
colectivo, Peña Nieto ordena que se abra Bellas Artes para hacerle un homenaje.
Aún muerto el señor, lo siguen
utilizando para darnos el mediocre atole con el dedo
Gracias